Se lo has dicho. Se lo has repetido una y mil veces. Y lo peor es que a todas te decía que sí, que tienes razón, que hacerlo es algo malo, y que no lo volvería a repetir. Y de repente, en un descuido, cuando parecíamos todos atentos a otra cosa...
- ¡Ya te he pillado otra vez! ¿Es que no te doy suficiente de comer? ¿Quieres dejarte ya de comer las uñas?
Dicen las autoridades que el perfil del mordedor de uñas es el de un varón, de 3 a 18 años. Es decir, la mitad de la población infantil. De hecho, hay estudios que llegan a asegurar que un 40% de los niños cae en este comportamiento. Y OjO, que las niñas, aunque se les pase con más facilidad, tampoco se salvan.
Es una plaga. Una fiebre que a algunos les dura hasta edades ya adultas. Puede llegar a propiciar infecciones en las encías y uñas, y científicamente tiene un nombre tan horrible como “onicofagia”.
Pero lo más importante:
¿Tiene vacuna?
La respuesta es que sí, aunque cada maestrillo tiene para ello su librillo. Nosotros os los traemos todos en este artículo para que escojas el más adecuado.
En algo están todos de acuerdo: hay que empezar mirando más allá del gesto. Dice un proverbio que cuando el sabio apunta a la luna el tonto se queda mirando el dedo. Pues algo así debemos evitar: antes no se mordía los dedos y ahora sí. ¿Qué ha pasado? Hay momentos en los que le da y otras situaciones en las que nunca le pasa. ¿Las tienes localizadas?
En la mayor parte de los casos, morderse las uñas es la forma de masticar una ansiedad, de sacarla fuera de alguna forma. Alguien puede pensar ¿ansiedad? ¿no es esta una palabra muy grande para un niño tan pequeño? Si ese es tu caso trata de hacer lo siguiente: imagínate que de repente te soltaran en medio de un continente distinto, con costumbres desconocidas, y un idioma que también tendrás que aprender desde cero. Eso sería algo así como descubrir el mundo, y eso es exactamente lo que hace todos los días tu pequeño.
A veces, un gesto nos puede pasar inadvertido. Una palabra. Una escena de televisión. Lo hemos visto muchas veces. Pero para él TODO ES NUEVO y puede que una respuesta que dimos, o una nueva dificultad, estén por ahí dándole vueltas en su cabeza sin que nos lo acabe de decir.
Así que, lo primero que hay que hacer, es intentar descubrir cuál puede ser la causa de esa ansiedad. Y ahí puede haber una causa externa, como un cambio de cole, un hermanito que viene a cambiarlo todo, unas mates que se están atragantando, con esa horrible sensación de descubrir que no puedes con todo, que a lo mejor no vas a ser el mejor del mundo...
Pero es que también puede haber algo por dentro, una causa interna, y ahí hace falta estar más fino. Puede que lo que le esté pesando no sea algo que veamos de un plumazo, si no algo más sutil, como que en su día a día le esté faltando algo, más desahogo, más experiencias...
Como el niño no ha leído a Freud, este tipo de cosas no nos las va a decir a las claras, así que, lo dicho, hay que estar fino. Hay que hacer una exploración completa por todo su mundo, para encontrar cualquier cosa que lo esté fastidiando. Pero también y como él puede que no colabore mucho, hay que adivinar un poco por dónde pueden venir las cosas, que es una de las partes que tiene esto de ser padre.
Si logramos encontrar la causa de esa tensión que le hace llevarse las manos a los dientes, hay que arrancar la mala hierba y actuar para quitarle esa angustia.
Pero, ¿y si no encontramos nada?
En este caso, hay división entre los expertos de la experiencia:
- Unos, los de la llamada “escuela de toda la vida”, dicen que es el momento de actuar directamente sobre el problema, y ahí entran recomendaciones desde ponerle en los dedos líquidos con mal sabor, a guantes, o darle un juguete para que se entretenga si tenemos muy localizado el momento en el que le da por morderse.
- Otros en cambio, los de “cuidado con el trauma”, dicen que no, que se le pasara sólo, y que mejor no darle importancia, porque cuanto más lo miremos más estrés le crearemos al niño, y si encima le ponemos líquidos, el niño podría llegar a sentirse culpable y todo.
Una buena idea para decantarse por uno de estos dos caminos puede ser calibrar la gravedad de la manía. Si el mordisqueo no es muy frecuente y tampoco muy “canibal”, podemos intentar dejarlo pasar. Al fín y al cabo, hasta los niños más difíciles se cansaron un día del chupete, ¿no? Claro que, si la cosa es más grave, es preferible tomar medidas más drásticas e incluso hablar con su pediatra.
¿Cuál es el mejor camino? Como en muchas cosas, el que diga el mayor experto que hay en tu propio hijo: tú mismo.
Fuente: Somospadres.com